La peor cosa que hice en mi vida fue trabajar en un centro abortista»

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Con información del National Catholic Register. Artículo publicado originalmente por Gaudium Press
sources: Gaudium Press

Marianne Anderson trabajó desde inicios del 2010 hasta julio de 2012 en el Centro de Abortos de ‘Planned Parenthood’ en Indianápolis, el mayor proveedor de abortos del estado de Indiana, EE.UU. Hoy afirma que fue «la peor cosa que hizo» en su vida.

(…)
«varias veces hubo complicaciones con los abortos y tuvieron que llamar al hospital para venir a recoger a la mujer [en peligro]. Una chica casi se desangró. Tenia coágulos, su presión arterial estaba cayendo», recordó Anderson.

Su dramática experiencia la lleva hoy a decir que ese centro de abortos es «un quita-dinero, malo, un triste lugar para trabajar». Anderson estaba encargada de aplicar la sedación por vía intravenosa a las pacientes.

«Nos gritaban si no contestábamos el teléfono al tercer timbre. Nos decían que nos despedirían, pues necesitaban el dinero».

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Anderson se enfermó por lo que vio en la habitación llamada ‘POC Producto de la Concepción’.

«Ella vertía los (productos de la concepción) en un colador, y luego descargaría los restos por el inodoro».

«Un médico le hablaba al bebé abortado mientras buscaba todas las partes [de su cuerpo]: ‘Vamos, bracito, ¡sé que estás ahí! ¡Ahora deja de esconderte de mí!’ Eso hizo que me enfermara del estómago», declaró la enfermera.

«El sonido que la máquina de succión cuando se enciende aún me persigue», dijo Anderson.

Un día ella vio un anuncio del libro «Unplanned», escrito por Abby Johnson, ex-directora de Planned Parenthood en Texas, y quien dejó su trabajo en 2009 para convertirse en una activista pro-vida. La enfermera leyó el libro, contactó a la autora y ésta hizo que se relacionase con Eileen Hartman, defensora local pro-vida que dirige en los Grandes Lagos el Proyecto Gabriel, una red de voluntarios de la Iglesia que ayudan a las mujeres que enfrentan embarazos difíciles o no planificados.

A través de Eileen, la enfermera Anderson, tomó contacto con toda la red pro -vida. Ella conversaba mucho con Eileen, y supo que varias personas comenzaron a orar por ella.

La enfermera comenzó a ser un «problema» en el centro de abortos, pues «hablaba demasiado con las chicas [que iban a abortar], preguntándoles si ellas estaban seguras de querer hacer eso». Un día de julio la despidieron, pero justo en esos momentos «el teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo»: era una llamada del Community North Hospital en Indianápolis, ofreciéndole un nuevo puesto, es el que conserva hasta el día de hoy. «Yo amo ahora mi trabajo», dice. «Trabajo con personas cristianas maravillosas».

La enfermera narró sus experiencias en una cena del Proyecto Gabriel, el pasado 6 de febrero. «Ha sido un caminar continuo para mí. Hablar sobre todo ello es doloroso, pero al mismo tiempo curativo».

Recientemente la enfermera estuvo en un retiro dedicado a la curación espiritual de personas que trabajaban en centros abortistas. Allí pidieron a los participantes que a cada día que pasara, pusieran un nombre de un niño abortado, de los abortos en que habían participado. Ella no recuerda el número de abortos en que participó, pero se imagina que le «va a tomar varios años antes de llegar a completar la lista».

Entretanto, en medio de su dolor, ahora se declara feliz.

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